Veo ventanas.
Siempre me llaman la atención. Imagino qué pasará del otro lado.
Una muchacha
llegando. Desabrochándose el corpiño sin siquiera haber terminado de cerrar la
puerta del departamento sintiendo el placer de la gravedad en todo su
esplendor. Desenredándose de las carteras, bolsas y mochilas. Imagino la
expresión en su rostro al bajarse de la altura ridícula y artificial de los
tacos. Mover los dedos de los pies, liberándolos de la opresión del cuero,
feliz de tocar el suelo en medias o sin nada.
Quizá un muchacho
aflojándose la corbata, sacándose la camisa del pantalón, el cinturón del
pantalón y por último el pantalón. Despegando los pies de los zapatos en punta
brillantes y acartonados. Abriendo la heladera, destapando una cerveza y
prendiendo su televisor de pantalla
plana, finito y moderno de dimensiones innecesarias para mirar algún partido
mientras en los parlantes suena algún tema de su banda favorita.
Hay un barullo en mi cabeza contraponiéndose al
silencio del exterior, a la concentración del que tengo al lado o a la
tranquila respiración de mis pares no tan pares que detiene mi imaginación.
No siento mucho con respecto a la vista. Ante el silencio solo un tema suena en mi con
mucha fuerza y muy alto. Escucho a un tal Eduardo (así me gusta decirle). Nadie
mas lo hace y nadie sabe que yo lo estoy
haciendo. Nadie sabe que retumba en cada
célula provocando un impulso nervioso que sólo dejo ser en mi ser porque no es
momento ni lugar.
Se que tengo que
apagar la música y mirar. Vuelvo a las ventanas, vuelvo a la luna.
¿Cuántas ventanas
contemplaré en mi camino? ¿Cuántos distintos a mi estarán detrás de ellas o
dentro de ellas? Podré imaginar sus movimientos tal como lo hago ahora sabiendo
que el mundo es el mismo pero las formas son otras?
¿ Cuántas Lunas
contemplaré en soledad sin desear que así sea?.