10 junio, 2015

Veo ventanas. Siempre me llaman la atención. Imagino qué pasará del otro lado.
Una muchacha llegando. Desabrochándose el corpiño sin siquiera haber terminado de cerrar la puerta del departamento sintiendo el placer de la gravedad en todo su esplendor. Desenredándose de las carteras, bolsas y mochilas. Imagino la expresión en su rostro al bajarse de la altura ridícula y artificial de los tacos. Mover los dedos de los pies, liberándolos de la opresión del cuero, feliz de tocar el suelo en medias o sin nada.
Quizá un muchacho aflojándose la corbata, sacándose la camisa del pantalón, el cinturón del pantalón y por último el pantalón.  Despegando los pies de los zapatos en punta brillantes y acartonados. Abriendo la heladera, destapando una cerveza y prendiendo  su televisor de pantalla plana, finito y moderno de dimensiones innecesarias para mirar algún partido mientras en los parlantes suena algún tema de su banda favorita.
Hay  un barullo en mi cabeza contraponiéndose al silencio del exterior, a la concentración del que tengo al lado o a la tranquila respiración de mis pares no tan pares que detiene mi imaginación.
 No siento mucho con respecto a la vista.  Ante el silencio solo un tema suena en mi con mucha fuerza y muy alto. Escucho a un tal Eduardo (así me gusta decirle). Nadie mas  lo hace y nadie sabe que yo lo estoy haciendo.  Nadie sabe que retumba en cada célula provocando un impulso nervioso que sólo dejo ser en mi ser porque no es momento ni lugar.
Se que tengo que apagar la música y mirar. Vuelvo a las ventanas, vuelvo a la luna.
¿Cuántas ventanas contemplaré en mi camino? ¿Cuántos distintos a mi estarán detrás de ellas o dentro de ellas? Podré imaginar sus movimientos tal como lo hago ahora sabiendo que el mundo es el mismo pero las formas son otras?
¿ Cuántas Lunas contemplaré en soledad sin desear que así sea?.

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