18 mayo, 2015

Viajando por los recuerdos de mi barrio

Nos conocemos hace tanto tiempo. No nos hacen falta las palabras para comunicarnos. Nos miramos y lo sabemos todo el uno del otro.
No puedo parar de enamorarme. Incluso dejo de lado mis miedos y tus errores para estar a tu lado cada día. Me gusta que me aceptes descalza, en pijama o e incluso en medias y ojotas los Domingos por la mañana en donde mi voluntad por hacer cualquier cosa no existe.
Compartimos todas las mañanas y las noches. No tengo claro en que faceta me gustas mas, cada una tiene su encanto.
Nos conocemos desde que tenía un metro de altura. Mis recuerdos  se remontan a aquella época en la que  mis ojos traspasaron por primera vez el horizonte de la mesa de la cocina y descubrí que no me tenía que poner de puntillas para ver por encima de ella.
Cambiamos mucho pero siempre juntos. Yo crecí en altura y vos también. Las personas con dinero desmantelaron tus casas antiguas para construir en su lugar mini edificios de cartón corrugado despojados y minimalistas. Taparon el sol muchas veces y donde antes vivían 4 ahora lo hacen mínimo 20.
A pesar de que creces y te modernizas tu esencia, (esa que yo conozco bien), no cambia. La veo en el almacén de Roberto y de Celia por ejemplo . Ese lugar en el que no hace tanto tiempo podía comprar panchitas  sueltas.  Al que tenes que ir con tiempo porque medio Florida se junta a chusmear ,a quejarse del país y a hablar de mascotas y de nietos. El rol de almacenero y cliente no existe. Todos nos transformamos en  Pichi y Charly al traspasar la puerta corrediza de vidrio. Esa es  la forma en la que Roberto nos llama a casi todos de manera cariñosa.   En ocasiones el grado de confianza es tal que Celia se da el lujo de aconsejarme que comprar y que no dependiendo de cuánto ella cree que peso. Esta convencida de que me cuida y que a mi me gusta ser cuidada de esa manera.  
 Tenes siempre todo lo que necesito. Puedo ir un sábado a mi ferretería preferida en busca de todos los cosos,cositos y pitutos que existen y se me ocurrieron comprar para construir o remendar alguna idea. Todo esto sincroniza perfectamente con mi “búsqueda del tesoro”: Una pallet, una silla, una mesa o casi cualquier cosa para mi es oro. Aunque muchas veces te los devuelvo porque no pude hacer nada con todo eso.
Si los lugares pudieran hablar. La Plaza de Sarmiento y Gral Paz delataría a unos cuantos.
En mi niñez era sólo un cuadrado de tierra con dos hamacas,una pasarela en medio color azul escuela y una fuente sin agua.  En algún momento la arreglaron poniéndole juegos de madera, pasto, caminos de piedritas mesas de cemento para los padres y abuelos tomadores de mate y agua para la fuente. Hoy en día le llegaron las rejas y la modernidad de los aparatos de gimnasio amarillos y rojos , la calecita manual, hamacas, juegos didácticos y asientos de cemento con forma de muelas invertidas.  Esa plaza  fue destruida y construida miles de veces pero siempre me refugió al irme de casa cuando las papas ardían, tomar mate, llorar, estudiar e incluso llevar mi atril para pintar o dibujar. Antes ir de noche era mucho mas fácil porque no existían los candados y podíamos llevar guitarras, mates, gargantas bien y mal afinadas y pasar buenas madrugadas. Hoy en día tengo ganas de saltar esas rejas para poder hacer todo eso aunque sea una vez mas.
  Uno de mis primeros trabajos fue en la librería de la Calle Sahores que empieza en Ayacucho y termina en las vías. Es una calle escondida pero con mucha vida. Omar atiende la librería. Como lo conozco desde los 6 años para mi siempre midió 4m de altura. Después entendí que efectivamente él es muy alto pero que en la niñez las distancias y las medias se distorsionan de maneras inimaginables. Omar no mide cuatro metros sino dos y de igual forma soy como un bastón a su lado.  En la esquina de ese lugar hay un taller mecánico y un amor platónico de la adolescencia, mas allá una veterinaria y después no mucho  mas que casas y personas.  
Yendo para Avenida Maipú por Aristóbulo del Valle ( la calle en la que vivo) se encuentra el centro cultural Tiempos modernos . Es uno de mis lugares en el mundo. No es grande ni moderno ni perfecto. Tiene las paredes pintadas de colores, muchos cuadros colgados y fotos.  Artículos de otra época que en algún momento fueron útiles y hoy decoran el lugar como viejas máquinas de escribir sifones y teléfonos. La luz es cálida, se respira arte en su interior. Algún que otro comensal a veces se anima a adueñarse del piano de madera por un rato y musicalizar la velada. Cuando entras te olvidas del afuera, transmite esa energía de los bares de vacaciones. Uno puede sentir que del otro lado de la puerta en vez de haber un boulevard y las casas de siempre te espera una gran playa y un cielo estrellado con luna llena. Asi de cómodo y relajado se siente uno.




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